Cada vez hay más apps para conocer gente, más bares para charlar, más festivales, más amigos en el último rincón del mundo que visitamos en nuestro último viaje de agosto. Cada vez nos unen más hashtag de Instagram. Sin embargo, ¿sabrías decir el nombre de tu vecino del 4º derecha al que ves todas las mañanas bajar por la escalera de tu edificio?


A Rosa Jiménez esta certeza de la distancia insalvable con sus vecinos de escalera empezó a perseguirla desde que se trasladó de Sevilla a Madrid. «En mi edificio nos turnábamos todos los vecinos para limpiar la escalera», explica. «Todas las tarde subía a merendar a casa de mis vecinas Luisa y Rosario después de ayudarlas a subir la compra a su casa. Cuando me vine a Madrid me sorprendió mucho no conocer a mis vecinos, que no hubiera un espacio de encuentro en la comunidad, que hubiera patios que sí que eran de la comunidad, pero que se decidía que no se iban a usar porque iba a ser un lío gestionar su uso».

Su sorpresa empezó a convertirse en una búsqueda. Hace poco más de un año y medio partició en un grupo de investigación sobre los cuidados y cómo hacer la vida un poco más colectiva. Otra de las participantes, Charo, dejó caer sobre la mesa su preocupación sobre la terrible soledad que sufren muchas personas mayores en las grandes ciudades, que lleva incluso a que mueran sin que nadie se dé cuenta hasta días o semanas más tarde.

La escalera

 

De la hipersociabilidad a la soledad máxima


De aquella tarde de reflexiones, Jiménez elaboró un primer borrador de la iniciativa La Escalera, que nació con una pregunta frente a una certeza: «La vida es un problema común, ¿lo resolvemos en comunidad?». Junto con Carlos López, de la cooperativa de investigación social Indaga, lo presentaron en Medialab-Prado como un proyecto con una pata de intervención, como herramienta para facilitar el encuentro y el apoyo mutuo entre vecinas y vecinos de una misma comunidad, y con otra pata de investigación, para provocar una reflexión acerca de las relaciones cotidianas en entornos comunitarios. «Vamos con ideas muy preconcebidas pero tratamos de dejarlas de lado y escuchar lo que sucede en las comunidades con las que trabajamos», explica López.

La iniciativa se compone de un kit con carteles y pegatinas imprimibles para colocar en el portal y en el buzón con mensajes en los que se ofrecen gestos tan de vecinismo de toda la vida como ayudar a subir la compra, regar las plantas o compartir la wifi.

También existe la posibilidad de la pegatina en blanco para que cada uno ofrezca lo que quiera. «El cartel y las pegatinas no son más que un punto de inicio porque nuestra idea no era lanzar una propuesta clara sobre lo que iba a pasar o no, sino más bien que la gente se apropiara lo máximo posible de este dispositivo y que las comunidades de vecinos se organizaran desde sus propias particularidades», explica López.

La escalera

Después de colocar los materiales, llega el momento de esperar a ver qué sucede, si otros vecinos colocan pegatinas también, si el cartel desaparece, si los vecinos empiezan a comentar el cartel, si todos hacen como si el cartel no existiera…

De momento, la acogida ha sido muy buena. Antes incluso de lanzar la web de La Escalera, allá por el mes de noviembre, Jiménez publicó en su perfil de Facebook la idea pidiendo voluntarios para participar en el experimento. «La respuesta fue masiva; en 24 horas ya me habían escrito desde Australia para pedirme los materiales en inglés», explica.

Ahora mismo hay 25 comunidades en Madrid participando en el proyecto. Cuando alguien contacta con ellos, Jiménez y López se acercan a su comunidad, colocan con ella el cartel. Esa persona elige la pegatina con el ofrecimiento que quiera y se ajustan a la situación de la comunidad. «A veces en seguida surgen miedos como “¿y si digo que invito a un café y me llaman todos?”», explica Jiménez.

Aunque la propuesta inicialmente parece que se basa en el intercambio, como dicen desde La Escalera, lo que realmente genera es una especie de proposición de intenciones, muestra que hay alguien en la comunidad que está dispuesto a hacer algo. Genera una búsqueda de reconocimiento de contacto, de poner cara a las personas con las que compartes las paredes de un edificio. «Lo que nos encontramos es que en las comunidades, aparte de las suspicacias o las desconfianzas, lo que especialmente existe es un desconocimiento. Las personas no se conocen, llevan seis años viviendo en el mismo edificio y no saben quiénes son sus vecinos», comenta López.

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Frente a costumbres de ciudades más pequeñas, donde las relaciones de confianza son más comunes, la gran ciudad genera muchas veces más rincones de soledad o incluso de desconfianza o inseguridad. «Cuando nos reunimos con el equipo técnico del Ayuntamiento, lo primero que nos dijeron es que tendríamos que informar a la policía», explica Jiménez. «Y es cierto que si planteábamos los mensajes de las pegatinas como necesidad en lugar de como ofrecimiento, en realidad podíamos estar diciendo a los ladrones: alguien necesita que le rieguen las plantas porque no va a estar en casa», puntualiza.

Como parte de la investigación, en La Escalera están acumulando una especie de biblioteca de conocimiento, con propuestas y comentarios que les llegan desde los vecinos y vecinas que participan y que más tarde comparten en su web. Porque aunque tenemos mucho que recuperar en cuestiones de comunidad, ya hay vecinos que encuentran juntos soluciones a problemas comunes.

Como en la comunidad de Julio Albarrán, que se encontraron al mismo tiempo con tres problemas en uno: había que afrontar una derrama para superar una Inspección Técnica de Edificios y uno de los inquilinos del edificio tenía una deuda acumulada por impago de cuotas de agua y comunidad. Entre los vecinos, llegaron a la conclusión de que para cumplir con sus deudas, el propio inquilino podía hacer las obras para pasar la Inspección. Se organizaron y resolvieron juntos el problema, sin discusiones, sin más gastos de los necesarios, apoyándose mutuamente.

En otras ciudades como Barcelona, el Ayuntamiento ha asumido recientemente un proyecto que partía de las asociaciones de vecinos y que consiste en que sea la propia gente del barrio la que vaya puerta por puerta, detectando casos de pobreza energética. «Mucha gente que lo pasa mal no se anima a ir a servicios sociales, se aíslan y sufren en soledad cuando podrían acceder a ayudas y hacer valer sus derechos. Se trata de ser proactivos y no esperar a que nos pidan ayuda, porque a veces esa petición no llega y ya es demasiado tarde para actuar. Se trata de detectar, actuar y prevenir desde la proximidad que da el hecho de ser vecinos y miembros de una misma comunidad», explican desde la web del Ayuntamiento de Barcelona.

La escalera

Tanto a Jiménez como a López, la acogida tan positiva del proyecto les ha pillado por sorpresa. Aunque inicialmente estaba planteado trabajar con cinco comunidades durante un período de siete meses en los que se desarrollaría la intervención y a partir de la ella la investigación y el documento con las conclusiones, hoy son 25 edificios y un suma y sigue.

Ambos son conscientes de que La Escalera no puede acabar aquí. «Ahora estamos en un momento de apertura de espacios de encuentro para debatir sobre el proyecto e ir mejorándolo. El objetivo principal era promover las redes de apoyo en los edificios, pero el horizonte va más allá de la comunidad de vecinos, porque la comunidad no se puede entender sin la calle y sin el barrio, y ahora estamos dándole vueltas a cómo va a ser la continuidad», explica López.

Quizás no todo vaya a cambiar a partir de un cartel, unas pegatinas y una web, pero un gesto o un verbo en primera persona como «ofrezco» colocado en el lugar adecuado, puede ser el inicio de una reflexión más profunda sobre las barreras que nos ponemos a la hora de cuidar o simplemente conocer a las personas que tenemos más cerca.

Al fin y al cabo, todos somos y todos tenemos vecinos.

Fuente: https://www.yorokobu.es